Paraíso equidistante
se apropia de mi vida
el deseo.
El deseo de ser mejor,
el deseo de ser aceptado,
el deseo de ser apreciado,
el deseo de ser generoso,
el deseo de ser reconocido,
el deseo de tener…
Tantos deseos,
tanta desilusión,
tanto que deseo,
que me pierdo de vista
a la vida.
En ese paraíso equidistante,
mi voluntad se reduce
a un desear fortuito,
una esperanza de un futuro
ahogado por mis propia
inclinaciones,
que por más positivas
que quisiera verlas…
Siguen siendo los deseos
mis esposas, me atan
al árbol de mi ayer
y me sueltan levemente
para que pueda
moverme con el viento.
¿Dónde quedó
mi libertad?
Entre tanto desear,
de altas intenciones,
de bajas pasiones,
siguen siendo estos deseos
los que me retienen,
me arrinconan con el miedo
y me hacen extrañar al paraíso
que hoy digo que existe,
y realmente extraño
tanto…