La tonada del Don
Cada que me enojo,
olvido mencionar
que estaba triste.
Cada que me frustro,
olvido mencionar
que me siento impotente.
Cada que me impongo,
olvido mencionar
que el otro tiene libertad.
El Don le canta al sol
mientras el otro lo desprecia,
pues le recuerda lo solo
que vive el hombre
en su preciada morada
de apariencias.
Cada que me aflijo,
olvido mencionar
que me asecha la furia.
Cada que me imponen
olvido mencionar
que me tortura la frustración.
Cada que me desprecio
olvido mencionar
que me ahoga la desolación.
El Don pasa a tu casa,
le quitan su capa
y sin darle respeto
que por sus canas
merece, lo sacan
porque nadie
entiende
lo que le pasa:
Quiere conocer las formas correctas de envejecer
y cantarle a la brisa que cada que lo visita el enojar;
sucede que la tristeza tomó de rehén al caminar
porque la impotencia sugiriendo
que algo debe de cambiar
se dio cuenta de que…
Al ver que no existe posibilidad
ha de engendrar a la frustración
que trae consigo al sulfurar
que el hombre tanto teme dejar
porque eso significa perder
ese miedo a la debilidad,
saber que no existe externa seguridad,
sólo interna y su felicidad.
Y así, el Don,
sin más que decir,
cae a las garras de la muerte
mientras se entierra con él
su débil e invisible tonada al sol.