Cuando diluyes en mí
piña añora el eterno ahora,
debiendo retomar el camino
sonriente parece que enamoro
con el deletrear,
simple escuchar
en la novedad,
el viento vino,
me derrite,
me convierte
en el paso arrugado del sol,
un desertar encandilado,
perteneciente a los lagos
llenos de tormenta salada.
Partiendo por el sendero dormitado,
el peso de los diamantes
caen en mis cachetes hundidos
en el licor acostado
de tanto encontrar
el lagrimear
en mí.
Solo, me convierto
en el peso desmedido,
el ardiente desafío
de un carrizo,
corriendo por el albedrío
figuro como el asaltante
de tu perspirar.
Cuando pierdo es por carecerte,
cuando anhelo es por conocerte,
cuando incluyo es por dormitarte,
cuando penetro es por otorgarme,
cuando excluyo es por desasosiego,
cuando reniego es por amarte,
cuando resigno es por amarrarte,
cuando dedico es por desdeñarte,
cuando desencadeno es por diluirte,
en mí, bebida arraigada al trópico,
fastuosa y sutil.
El río cae en ti,
se ve el latir
en aquel salvaje,
Conocedor de tu santidad.
¡Cómo te perdí!
¡Cómo te diluí en medio mí!
Ahora es aquí,
en el lago de tu piel
donde convierto
mi bebida en ti.
Sobrante sólo una,
esa diluida, esa penetrada,
esa perdida, esa anhelada,
esa incluida, esa denegada,
esa llena de mi único sentir,
esa diluida en mí.
¡Cómo no gemir!
Si el lazo pendiente,
perdido en mí,
me dejó.