Tu grito de guerra
Encerrado en las garras de tu vientre,
sale el instinto de proteger lo que crees te pertenece,
tomas la bandera de la justicia que mereces
y la colocas en lo más alto de tu cuerpo
como si de ella se desprendiera lo que te sucederá.
La inestabilidad te sujeta y perpetua,
en la ladera de la insensibilidad
te vuelves prisionero de tu propio proceder,
pretendiendo conquistar la guerra,
ignoras lo que te provocó gritar.
Sales a defender a la expectativa,
insistes en romper el silencio
que te llevó al inmerso océano
de la tentación mientras caes
en las mentiras que defiendes
para volverte libre de tu propio
engaño.
Justificas cada acto, aclamando
que conoces a la justicia
mejor que lo que ella
a si misma se conoce
y te apartas de la realidad.
¿Cuánto más hemos de robar
lo que creemos nos merecemos
como una medida de la verdad?
Tu grito de guerra se vuelve tu reflejo
cuando se cierran las puertas
y quedas mirando al otro
como si fuera la sombra
que uno mismo porta.
En tal desesperación,
cede la justificación,
quedas libre de tu condición
y se hace clara la revelación:
si se recibe es justo, si se entrega es justo,
si de cada grito de guerra se aprende
a ser mejor de lo que se fue ayer,
quizá la justicia se vuelva
existir detrás de los artificios,
libre de las cadenas de la impotencia
porque se acepta lo que eres, fuiste y serás
después de que la justicia
haya cambiado su punto de vista
a aquel que no pertenezca,
sino sea la verdad.