De enero a julio

De enero a julio

Todo comenzó entre enero y abril,
empezaba a cerrar la esperanza,
dejando mis miradas en octubre,
el baile se sentenció a lagrimear.

Tu mirada transportaba
la ilusión soliviantada,
tení­a en su mente
la creencia loca
de penetrar mi voz
en aquel corazón brillado.

Las cadenas de mi alma,
cayeron en las cenizas doradas
desencantadas
por los sueños pisados en el ayer.

Déjenme dibujo la escena,
nubes bailarinas
se divisaban a lo lejos,
era el último ritual
entre ellos y el sol,
estabas sentado
sobre el árbol de noches plateadas
rodeado de la despedida
del invierno.

Entonces,
se divisó el grano obsoleto
escondiendo el lenguaje
perpetuando
entre la llama apagada
cubierta de mí­.

Dejando la conciencia partida,
prefiero alejarme de la orilla maldita,
aquella de ensueños perdidos,
me transformé en un ligero adiós.

Probablemente
eras la soledad
disfrazada de mi pena,
descubriendo la vida,
desolada aventura tratando
de crearle un cielo tranquilo.

Dicen que las cosas cambian
cuando el tiempo se apaga,
cuando cambia
por una decisión
mal dibujada en la mente.

Al poco tiempo,
me enamoré de tu aliento,
me conducí­a el viento
un aroma envuelto
de recuerdos y olvido.

Podrí­a entender
el latir del tiempo,
a pesar comprendí­a
una sola cosa,
el destino cruel.

Nuestro final estaba marcado,
quizá no vi
en tu frente la fecha,
lloraba cuando dejaba de verte
y a sabiendas
del brillo de tus ojos al mirarme,
me fui convirtiendo
en la muerte
de aquel descenso
del sol.

EL cielo no era dueño
de nuestro pasado,
el infierno estaba condenado,
para dimitirme,
dejarnos sin respiro.

Estábamos entre junio y julio,
desertando la serpiente asesina
en tu corazón,
se fue infectando de la locura,
el desdén de su vida.

Cuando envuelta
estuve de los sueños
comenzaba la despedida silenciosa,
jamás imaginé tal,
condenado a postergar
cualquier suspiro esperanzado.

No morí­,
moriste de mi alma,
gloriando el gusano de su victoria,
no conocerí­a la verdadera paz,
no habitarí­a el amor real,
no alentarí­a al final,
sólo se verí­a a lo acullá,
aquel veneno,
muerto creyendo amar.

Amor,
serí­a mi nombre,
dejando al olvido el recuerdo,
siendo yo,
la razón de latir,
envidia eterna
de aquella y aquel.

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