Desde el horizonte
que no habla
parado en la nada
estoy.
Fijando la mirada
al precipicio
de la imaginación
[que me dices es]
prohibida.
Pensando
en la falla
de San Andrés,
santo de palabra,
mártir de televisón:
¿Quién te enojó tanto
que perdiste la calma?
¡Hipócrita!
Dijiste que
todo conocías
y lo único
que me dejaste
fue una falla.
Me duele tanto
esta grieta
que…
Parado
en el abismo,
mirando
a la nada;
soy un sueño
esperando
aprender
a volar.
¿Quién me dijo
que era imposible?
Tú, santa falla,
que en San Andrés
estás perdida.
¿Por qué
te confío tanto
ahora
que no estás?
¿Por qué sigo fiel
si ahora
mirando a la nada
entiendo a mis fallas?
¿Por qué
me confundes
entre tus grietas
si el que está fallando
es quien me dice
que debo
conciliarme
con su verdad
para ser libertad?
¡Hipócrita!
..:.::…:….::.
Está
temblando.
..:.::…:….::.
Es hora
de partirte.
¡Vete y déjame
en donde estoy!
Por fin,
sin ti,
aprenderé
a elevarme
entre sueños
y extática
imaginación.
La única forma de salir de ese círculo vicioso de hipocresía es viajar al vértice de nuestra percepción y en ese lugar soltarnos a lo que se nos dice es imposible, la extática imaginación.
En ese momento, nuestras fallas se vuelven un lugar, deja de ser la idea de lo que “nos creemos” ser y ahora es posible observarlo desde un ángulo más honesto.
