Ejército y yo
condena el tiempo a un horizonte cansado,
ese desolado atardecer,
lleno de mi alma evaporada,
tienes una esperanza tocando
en la vida dolida.
Una fatal perdición culmina
en el desasosiego de los condenados a morir,
me entrego a ese mortal latir,
otorgo al criminal ese desear,
ese penetrar entre sombras y castillos enamorados,
ese suculento llegó a mí.
Tenía en la sangre el veneno embrujado,
creyente de la regeneración
de esa alma prohibida caída,
rota, espumosa, por existir.
Cayendo sobre ese fantasear,
encuentro el sendero,
hacia la Transilvania,
dueña de mi sangre derrochada,
parece la muerte toca otra vez a mi puerta,
muerto fui, muerto estoy, sendero obscuro,
camino solo entregando el latir al dueño,
ese deseoso de chupar mi alma,
una voz en el deseo me atrajo,
entre callar y derrochar.
Soy el guerrero de la noche,
después de caer el sol,
luna habitante de mi ejercito,
dueña de mi amor,
todos perfilados,
asechando el deseo de tener,
conquistar esa voz al ocaso,
teniente de la luz callada,
seré yo entonces, el último marchar.
Ese caliente entre fosas y fogosidad,
con las armas como brocas partiendo de mi cuerpo,
pareciendo deshabitado,
Creciente soledad esmero.
¡Ven!
Ejercito lleno de destellos,
teniente, luna,
¡Deje caer en su orden!
Soy yo, el dueño del respirar,
parezco herido,
pero nunca seré la batalla interminable.
Callada la luna, se fue,
las estrellas partieron con ella,
lo dejaron solo,
tanta basca batalla se extinguió
en las almas vejadas de un débil conquistador,
siendo yo el que se ríe,
el que tiene, el que concede,
pobre mortal,
si soy yo el fabricante
de sus anhelos y derramada bienestar,
seré yo quien te mate, muere.
Y así, morí.