Cuarto
Me robaron la calma

Me robaron la calma

			Este hogar está hecho trizas, así como mi corazón 
					porque por aquí pasó un ladrón y se llevó 
lo que por tanto tiempo me sustentó:
                                         la calma.  
						
La calma de recordar bajo la luz tenue
				lo que en relato nos hace felices.  

La calma de encontrar un sombrero de sol 
                    oculto bajo la sombra de la noche. 

La calma de leer paisajes agrarios
					 a través del olor a antaño que emanan. 

La calma de ser una chimenea en espera del invierno, 
			ese que me persigue desde que un ladrón pasó
			por esta habitación
								y loca me dejó.

				Locura al ser impotencia pura. 

	Locura al manchar la plenitud con el café de la desesperación. 

			Locura al no existir el respeto al derecho 		 
										 ajeno que trae la calma. 

				    ...Verás... 
 			Si la ley no se respeta, 
 la injusticia emana de la boca del hambriento de poder. 

							¿Entonces, de qué sirve el papel 
							que nos garantiza nuestra individualidad
                                                        si se vejó el derecho a la plenitud?  

				  ...Te dicen... 
Trabaja, trabaja, no importa que no ames lo que eres 
porque debes sustentarte aunque detestes lo que haces.  

¿De qué sirvió tanto trabajar si al final fui robada 
por aquellos que dicen que trabaje y trabaje sin importar 
						lo que soy? 

			 Payasa ironía su desfachatez.  

		Y ahora que lo sé, no me dejo convencer. 

   Si me quedo en la locura, hasta la vida me robarían. 			
  	   		 ¿Por qué les daba tanto poder? 

		 La sombra de lo que sucedió me cegaba. 

Sombras me asechaban hasta en la noche negra de mi hogar. 

     Ahí, en total oscuridad, me percaté de la verdad: 
       Si había una sombra debía existir alguna luz, 
      pero ¿de dónde provenía lo poco que alumbraba? 

      				 Ojos de luciérnaga. 
					La fuente de su luz: 
				  mi capacidad de atención. 

Nadie me podía robar mi capacidad de atención, 
mirando a lo externo o a lo interno: 
La vela que me alumbraba era mi propia consciencia. 

                      
                          
La consciencia es la fuente
      de todo lo que puedes dar,
        y nadie te la puede robar,
                                  pero lo que emana de ella
                   sí lo puedes dar.                      

 La locura se fue porque encontré a la libertad 
           transcendental:
               Era libre de observar, 
				aún en total oscuridad,
 					  lo que mi voluntad quisiera. 

Descubrí, en el centro de mi voluntad, que hay una luz 
que me dice la verdad que nadie se atreve a pronunciar: 

						No eres lo que tienes, 
				ni lo que te quitan,
	    	eres lo que das, 
	    				y ¿qué daba? 
				¿Por qué sólo sabía dar dolor? 

					      El silencio era mi cómplice. 

Quería dar más para ser más, 
							pero no sabía cómo hacerlo. 

Incipientes ojos de luciérnaga se percatan 
				de que en la noche más negra 
se nos obliga a buscar a esa luz interna 
que ignoramos por creer que la luz del sol 
es lo único que necesitamos para ver 
						todo lo que existe. 

			¿Y qué existe si me quedé sin nada? 

Mi disposición a dar; aunque robada, recuperada estoy de una sociedad
        que fomenta una realidad de indiferencia e ignorancia.

		Sociedad que si entendiera						
		     que el que pierde al quitar 
							no es el robado, 
					sino el que más tiene 
	sin habérsele sido otorgado
		porque se pierde a sí mismo 
				al caminar en su abusar.  

Sí, el que abusa vive en su propio abusar y el que se siente abusado 
debe salirse de ese caminar para encontrar al pájaro cantor.  

      Si el que abusa me dejó el hogar hecho trizas, 
  las cenizas que quedaron en la chimenea 
están cantando que soy libre
		 y sobre su nube vuelo. 

Soy la libertad que sin tener nada encuentra que puede dar  
todo lo que es; es luz que da lo que el que roba más quisiera tener 
y nunca encuentra por estar siempre en las prisas de que algún día 
lo vayan a pescar y todo lo que se robó se lo vayan a quitar. 

						¿Por qué vivir con ese miedo?

Si das después de haber sido robado, 
							¿qué te quitaron? 

Si al dar la obscuridad se va,  
				¿qué esperas para iluminar lo que te tanto pesar te da?  

Y si te doy lo que soy, lo que me robaste pierde su valor 
porque soy libre sin ello, con aquello, sin cada cosa 
que el ladrón se llevó porque no tengo nada que temer 
ya que si algo tengo, es algo más que tengo para dar:
más paciencia, más tolerancia, más belleza, más amor. 

Y así, al ladrón se supera y el cuarto se ilumina 
porque los ojos de luciérnaga se vuelven un astro
que crea una galaxia nueva, 
                 cantando en clave 
      de sol. 
Si piensas que el dar no cambia nada, quizá no has entrado al huracán de la impunidad total. Y si lo has hecho, ¿eres feliz? ¿Vives con una carga en tu pecho? ¿Sientes rabia por lo que te pasó? El dar te suelta de las garras de tu creer merecer y te hace humilde hacia las necesidades de los demás. Lo más irónico es que el que más necesita es el más tiene, ¿por qué crees que acumula tanto? Le falta algo, pero nunca lo obtiene, pero tú, que ya no quieres mas que dar lo que eres, ¿entiendes el porqué eres libre?
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