Me robaron la calma
Este hogar está hecho trizas, así como mi corazón porque por aquí pasó un ladrón y se llevó lo que por tanto tiempo me sustentó: la calma. La calma de recordar bajo la luz tenue lo que en relato nos hace felices. La calma de encontrar un sombrero de sol oculto bajo la sombra de la noche. La calma de leer paisajes agrarios a través del olor a antaño que emanan. La calma de ser una chimenea en espera del invierno, ese que me persigue desde que un ladrón pasó por esta habitación y loca me dejó. Locura al ser impotencia pura. Locura al manchar la plenitud con el café de la desesperación. Locura al no existir el respeto al derecho ajeno que trae la calma. ...Verás... Si la ley no se respeta, la injusticia emana de la boca del hambriento de poder. ¿Entonces, de qué sirve el papel que nos garantiza nuestra individualidad si se vejó el derecho a la plenitud? ...Te dicen... Trabaja, trabaja, no importa que no ames lo que eres porque debes sustentarte aunque detestes lo que haces. ¿De qué sirvió tanto trabajar si al final fui robada por aquellos que dicen que trabaje y trabaje sin importar lo que soy? Payasa ironía su desfachatez. Y ahora que lo sé, no me dejo convencer. Si me quedo en la locura, hasta la vida me robarían. ¿Por qué les daba tanto poder? La sombra de lo que sucedió me cegaba. Sombras me asechaban hasta en la noche negra de mi hogar. Ahí, en total oscuridad, me percaté de la verdad: Si había una sombra debía existir alguna luz, pero ¿de dónde provenía lo poco que alumbraba? Ojos de luciérnaga. La fuente de su luz: mi capacidad de atención. Nadie me podía robar mi capacidad de atención, mirando a lo externo o a lo interno: La vela que me alumbraba era mi propia consciencia. La consciencia es la fuente de todo lo que puedes dar, y nadie te la puede robar, pero lo que emana de ella sí lo puedes dar. La locura se fue porque encontré a la libertad transcendental: Era libre de observar, aún en total oscuridad, lo que mi voluntad quisiera. Descubrí, en el centro de mi voluntad, que hay una luz que me dice la verdad que nadie se atreve a pronunciar: No eres lo que tienes, ni lo que te quitan, eres lo que das, y ¿qué daba? ¿Por qué sólo sabía dar dolor? El silencio era mi cómplice. Quería dar más para ser más, pero no sabía cómo hacerlo. Incipientes ojos de luciérnaga se percatan de que en la noche más negra se nos obliga a buscar a esa luz interna que ignoramos por creer que la luz del sol es lo único que necesitamos para ver todo lo que existe. ¿Y qué existe si me quedé sin nada? Mi disposición a dar; aunque robada, recuperada estoy de una sociedad que fomenta una realidad de indiferencia e ignorancia. Sociedad que si entendiera que el que pierde al quitar no es el robado, sino el que más tiene sin habérsele sido otorgado porque se pierde a sí mismo al caminar en su abusar. Sí, el que abusa vive en su propio abusar y el que se siente abusado debe salirse de ese caminar para encontrar al pájaro cantor. Si el que abusa me dejó el hogar hecho trizas, las cenizas que quedaron en la chimenea están cantando que soy libre y sobre su nube vuelo. Soy la libertad que sin tener nada encuentra que puede dar todo lo que es; es luz que da lo que el que roba más quisiera tener y nunca encuentra por estar siempre en las prisas de que algún día lo vayan a pescar y todo lo que se robó se lo vayan a quitar. ¿Por qué vivir con ese miedo? Si das después de haber sido robado, ¿qué te quitaron? Si al dar la obscuridad se va, ¿qué esperas para iluminar lo que te tanto pesar te da? Y si te doy lo que soy, lo que me robaste pierde su valor porque soy libre sin ello, con aquello, sin cada cosa que el ladrón se llevó porque no tengo nada que temer ya que si algo tengo, es algo más que tengo para dar: más paciencia, más tolerancia, más belleza, más amor. Y así, al ladrón se supera y el cuarto se ilumina porque los ojos de luciérnaga se vuelven un astro que crea una galaxia nueva, cantando en clave de sol.